martes, 20 de abril de 2010

Evaristo Guerra, medio siglo con el Arte


Crítica de Arte de José Manuel López Gaona                                                                                                                                                                                                          

EXPOSICIÓN RETROSPECTIVA EN MÁLAGA 
Evaristo Guerra

Es difícil ser fastuoso y sencillo a la vez, pero Evaristo Guerra lo consigue. Uno se imagina a un chaval de la sociedad mediocre del postfranquismo, que con diecitantos decide dejar su cotidianeidad, para irse a la metrópolis a ser pintor (no ingeniero o médico). Es como atreverse a mirar a los clásicos, pero sin atisbos de lo que es tu tierra. Niegas lo obvio y deseas un cambio que permita expresar lo que tú  crees que llevas dentro. Y un chaval se convierte en un pintor.


En una exposición retrospectiva hay que fijarse en ésto, en la valentía del niño que ha logrado convertirse en el abuelo que es ahora. Me recordaba a Miguel Ángel; creo que se nota en Evaristo que ya puede expresarse con el arte, que casi le sobra la técnica para mostrarse. La Piedad del Vaticano del joven Miguel Ángel es técnicamente primorosa; otras “Piedades” de Florencia, apenas muestran unos trazos en la piedra, inacabados, para mostrarnos la tremenda pasión del viejo florentino. Me parece que la obra más reciente de Guerra, con menos dice más; la evolución se nota, se torna evidencia.

Quizás el ocre de sus pinceles nos muestran lo cotidiano de su tierra. Es una foto intensa del paisaje, con colores y personas, que dejan ver el espíritu de los montes de Málaga. También aparecen mitos de su gente, como Fosforito, las viejas de negro de antaño… las máquinas de coser.  Y las casas. Más que casas, son líneas que con el peso del paisaje se convierten en curvas, que se clavan en el cuadro como árboles o siembras.

A la vez, nos muestra el mismo paisaje con miradas diversas. Así, la perspectiva es distinta, porque nos la muestra con sentimientos distintos, la primavera, el verano, el otoño y el invierno; nos condiciona a ver lo mismo de diferente manera. Es el mismo cuadro, retratado desde ópticas inquietas.

Evaristo Guerra se atreve con el color, con todos los colores y los coloca en su sitio, ajustados a los requerimientos del marco de su cuadro. Su composición es extrema. Técnica atenta, con el color y la composición como referentes.

Todo ésto nos muestra a un pintor “social”, los cuadros que podrían aparecer en el despacho de un notario. Es una pintura de un hombre de su pueblo, que llega muy bien a la gente sencilla de su lugar; un pintor que devuelve a las gentes de la Axarquía el arte que ellos mismos le han inspirado.

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