martes, 23 de marzo de 2010

Jesús Pastor Dance Project

Crítica de Danza / José Antonio Triguero
The seasons of the human being

Fotos de Daniel Pérez TC

Lugar: Teatro Echegaray, jueves 20 de marzo de 2010
Obra: The seasons of the human being (Las estaciones del ser humano)

Idea original, coreografía, escenografía y vestuario, textos, interpretación y dirección: Jesús Pastor
Compañía: HUMAN DANCE PROJECT

"The seasons of the human being" es un solo dividido en cuatro partes. Evidentemente corresponden a las cuatro estaciones. Comienza con un nacimiento en el que no se hace esperar una flor para dejarlo aún más claro. Los primeros compases en clave de danza en suelo, están enmarcados en un pequeño y cuadrado tapiz verde. La flor es simbólica y por ello, está falta de metáfora pese al paralelismo entre ella y los primeros años del ser humano. Otro tapiz verde largo y rectangular se descubre al otro lado de la escena, un camino de flores que termina en unos zapatos con calcetines dentro, signo inequívoco de que acabaríamos viendo como el ser nacido se vestiría y se pondría esos zapatos.

Hay que reconocer lo arriesgado de hacer un monólogo de danza, solventado con una gran demostración técnica y una concepción escénica soberbia. A partir de pocos elementos construye mundos certeros haciendo alarde de una estética y un buen gusto envidiables. Primavera, verano, otoño e invierno se suceden ante nuestros ojos de forma contundente. El compromiso de este creador con la danza es imparable en toda la representación. Pero la cosa es que con un punto de partida tan prometedor se podría esperar algo más de complejidad; el discurso narrativo está bien construido pero es demasiado fácil. Así vemos cómo se aplica de manera indecible mientras el espectador no hace el menor esfuerzo para entender lo que va pasando. Por eso cae en la utilización de tópicos y arquetipos poco sugerentes. Paradójicamente, su manera de plantear la danza tiene diferentes planos de lectura que no pueden seguirse con todo interés, a causa de los movimientos ilustrativos o acciones mimadas que utiliza; para definir la torpeza de los movimientos de un niño en la primavera o en las poses de discoteca en el verano, por ejemplo.

De todos modos, aunque hay que luchar contra ese carácter previsible del espectáculo, esta propuesta tiene cotas de muchísima calidad como la escena del autodescubrimiento o las transformaciones que el cuerpo del personaje va sufriendo a medida que crece. La mezcla de movimientos clásicos con evoluciones en descomposición de planos es realmente turbadora, así como su labor en el suelo. Latidos, vuelos, aprendizaje,... la edad juvenil nos traslada a una discoteca, símbolo del periodo de locura de esos años, donde los personajes imaginarios hacen pensar que la propuesta del verano es más interesante que su realización. A pesar de la buena ejecución de movimientos y el buen ritmo final de esa parte, por demasiado inteligible deviene en recreativa.


El otoño está representado por hojas secas. En esta parte se nota más su formación clásica, tal vez por ello, las zapatillas de ballet que calza. La madurez apunta también momentos de tropiezos con movimientos quebrados, acontecimientos de lucha, erosión de la vida, trazar la experiencia con nuestra sangre, la experiencia enterrada en hojas secas... Ahora la idea de madurar gana en equilibrio, placidez y seguridad para reconciliarse con el conocimiento de las cosas, para sobrevivir con ilusión. Camino que escogemos cuando ya está cerca el invierno. Como dijo Nietzsche "la sabiduría tiene algo de decrépito".

La nieve, lanzada desde el techo técnico, anuncia la última estación. La vejez, la enfermedad, la soledad son retratadas con precisión por Jesús Pastor. El vértigo de la proximidad de la muerte rodea al personaje y el bailarín ofrece la parte más cruda, las imágenes más impactantes. Sus movimientos se vuelven acerados; la deseperación, la no aceptación de este último tramo de la vida, se torna en resignación y al final la naturaleza sigue su cauce. "Nuestras vidas son los ríos que va a dar a la mar" que diría Manrique. Volvemos al principio, al embrión primero. Fuego y Agua. La única salida es renacer de nuevo. Morir para que otros nazcan. Pero este último nacimiento, que es un final formal para cerrar el círculo, lo convierte el bailarín en algo muy humano al repartir flores entre el público.

El sudor, la entrega, la respiración y los sonidos que su cuerpo provocaba en contacto con los materiales escénicos acaban por ser compartidos con este bello y último acto de amor; amor a la danza, a la vida y al ser humano.



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