jueves, 25 de marzo de 2010

Las cuatro estaciones


Crítica de teatro / José Antonio Triguero
Las cuatro estaciones 


Lugar: Sala Gades, 21 de marzo 2010
Obra: "Las cuatro estaciones" de Vivaldi
Compañía: La Tarasca
Músicos: Rafael Arregui, Isaac Peña, Rafa Torres y Joaquin Calderón.
Bailarines: Susana Román, Lucía Madrid, Dani Pinelo, Mirko Vullo, Leticia Gude, Juan Carlos Guajardo y María José Villar


Coreografía: Pilar Pérez Calvete
Dirección y puesta en escena: Ramón Bocanegra 



El planteamiento de esta propuesta es clásico en cuanto a la búsqueda de simetrías y armonías en el conjunto. Dos bancos y dos farolas enmarcan la acción que se desarrolla en una estación de trenes, metáfora de la mudanza, del cambio y del tránsito que es la propia vida.

La entrada de los músicos conforma el primer gag amable de esta "comedia bailada"; con los primeros acordes medio en broma de los cuatro músicos y el golpeo de baquetas en el suelo se inicia el viaje, en tono de farsa mágica, por "Las cuatro estaciones" de Vivaldi. Después de tararear alguna melodía de la pieza y acompañarla con desafine humorístico a base de acordeón, contrabajo y violín -más las baquetas inquietas que pasaban del suelo al banco y de éste a la farola- y el número de la gorra puesta en el suelo, con sus gestos acerca de que no pasa nadie por lo que  la gorra está vacía, ocupa su lugar detrás de los bancos, al fondo del escenario, un sexteto de jazz que lució con dignidad como grupo de actores y brilló en su versión del gran músico barroco.


El mago y su ayudante hacen de maestros de ceremonias y las maletas que aparecen, desaparecen y se intercambian brindan el sello viajero de la obra. Una anciana vive en la estación y ha visto pasar muchas primaveras, una dama espera la ocasión para enamorarse, el hombre de negocios no tiene tiempo y pasa de un lado a otro atareado en sus viajes, una joven damisela que quiere vivir su vida y un joven inexperto experimentan encuentros y desencuentros.


El maestro de ceremonias entra con una maleta dando lugar a la presentación ágil de los personajes, es el encargado de provocar los acontecimientos. Entra la anciana con carrito, la bella damisela, la ayudante, el hombre de negocios, el joven y la dama, con maletas. El hilo de la presentación es la flor que el mago regala a la anciana y llega hasta la dama pasando antes por todos los demás. El primer paso a dos está remozado con sentido del humor, ternura y pequeños guiños de magia que se repartirán a lo largo de todo el espectáculo. La coreografía de los paraguas está muy conseguida, con excelente movimiento grupal, bien compensada en canon, pasos a dos y trío.

Los viajeros en su ir y venir, la anciana con su foto de cuando era joven, la chistera de la que sale nieve, el invierno; llegan los simpáticos estornudos con arreglos de jazz con toques funk, la coreografía de los pañuelos es muy divertida. Poco antes ha comenzado la primera relación entre el joven y la bella damisela de pelo rubio. La anciana hace un solo con su carro, recuerda su juventud, ella que está en el invierno de su vida. Los dos maestros de ceremonias hacen buena pareja, el hombre de negocios lanza miradas a la dama, la interpretación es refrescante y humorística; sin recurrir a aspavientos de teatro facilón y sin necesidad de texto, se pone el peso en el gesto surgido de la reacción y no como ardid ilustrativo. Esos gestos componen la danza, como por ejemplo cuando se desperezan o bostezan o con los estornudos, anteriormente. El solo de la dama tiene algo de revista aún con pasos de danza contemporánea, alusión a las pipas, sigue el romance pasajero con el viajante, se separan sus destinos, flechazo, la vida les hace seguir a cada uno su camino hasta que se vuelven a encontrar y sobran las palabras. Es un amor de invierno, la vorágine de la vida les atrapa, se escriben cartas...

Las flores que el mago hace caer de su chistera anuncia la primavera, el amor de primavera, el joven y la damisela, bailes colectivos, juegos, saludos en bella coreografía, corros, dos corros, alusión a los bailes populares, nuevo encuentro fugaz de la dama con el de los negocios, es muy bonito que se mantengan estas constantes, encuentros y desencuentros, la vida es así, conservamos en el recuerdo a quien no hemos podido amar; solo de la bella joven, sensualidad inocente, se quedó sola, aislada, con el recuerdo de su amor de primavera que vuelve con una naranja, el paso a dos de la naranja da lugar a que las otras parejas se enlacen también; la anciana, la sabiduría que permanece, reparte naranjas que los unen y ella se queda con una naranja, no tiene pareja, intercambian naranjas en un juego atractivo y la magia de nuevo cambia la estación, de la mano del mago sale fuego, guiños humorísticos de su ayudante; ¡el verano! ¡"Ay qué calor"! todos en corro alrededor de una maleta grande, idea de la mudanza, las vacaciones, todos meten sus ropas en la maleta y se van a tomar el sol, aire cómico casi de cine mudo, ...pero algo mágico muere, el tiempo va pasando, salen todos entristecidos y queda la anciana que saca la foto de cuando era joven, hace un círculo mágico de ramos de flores, se mete en la maleta, magia, los maestros de ceremonia despliegan una tela tras la cuál la anciana se transforma en una vital jovencita, se acaba el verano, todos con sus maletas en bañador, las tres parejas y ella joven hacen fila y se van de viaje; como colofón, nuevo guiño de los músicos para redondear y fin de una función feliz.

He de reconocer que no sé si el otoño está situado al principio, antes de que la nieve salga del la chistera o bien en este final. O tal vez, la anciana represente ese otoño de manera alegórica. Espero que algún día Ramón Bocanegra me lo aclare. Da la sensación de que se cuentan las peripecias de forma lineal y por eso uno trata de identificar cuando es el momento de cada estación. Opino que ésto no haría falta, pero en el espectáculo hay indicios que te animan a buscar un hilo cronológico. En todo caso se trata de una deliciosa y bucólica fábula que toma muy en serio al espectador de pocos años.

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