lunes, 18 de enero de 2010

Investigación versus aburrimiento



Crítica de teatro/ José Antonio Triguero.
XXVII Festival de Teatro de Málaga.
Foto: Braojos.


Lugar: Teatro Echegaray, sábado 16 de enero de 2010.
Obra: "Historia de Juan nacido de un oso".
Autor, director, escenógrafo, vestuarista, actor y bardo: Albert Vidal.
Músicos: Xavier Macaya, Ricard Vallina y Pitu Andreu.

Albert Vidal es un creador omnipresente en todo lo que hace. Un creador total que, a pesar de convocar fuerzas telúricas y de ejercer como investigador riguroso para abrirse paso hacia la antropología teatral, no es capaz de librarse -quizás por que no quiere o porque su personalidad misma no le deja- de los vicios de la técnica del mimo;  técnica que domina como nadie pero que poco tiene que decir en un espectáculo como el que pudimos ver y oír en el Echegaray. Digo ésto porque las partes mimadas que incluye en el repertorio de "Historia de Juan nacido de un oso", lastran el rítmo y la exposición labrada de este viaje a las fuentes profundas del ser humano. Tanto es así que el resultado final es una actuación aburrida y tediosa a fuerza de contar la historia dos veces. Me explico: la rondalla, los versos cantados que interpreta magistralmente son suficientes para caminar por la tradición oral y enterarnos de una historia que tampoco tiene mucho que entender. Por lo que no es necesario que después, nos la vuelva a explicar con sus poses de mimo; ésto alarga la duración de la obra y redunda en lo que va contando con la palabra, el verso y la canción. En este sentido más bien parece una querencia por demostrar lo bien que lo hace, cuando de mimar se trata; es decir, que sobra la ilustración mímica de la historia y la exhibición vana de su ego de actor.

Lo mejor de la historia es cómo expone, a la manera antigua y pirenáica, la existencia de un ser salvaje, nacido de oso y mujer, condenado a caminar solo, a no amar y a no ser amado por nadie. Para que el bardo Vidal pueda transportarse hacia lo arcaico y hacia las esencias del origen del hombre son indispensables los tres músicos cuyos instrumentos dan la atmósfera justa, entre lo místico y lo humano. Éstos instrumentos, timbales barrocos, violín, viola, rabel, flabiol y mandolina -alguno más había que no logré indentificar- servían a Vidal como resortes para ejecutar sus gestos, igual que en oriente pasa con diferentes géneros representados o cantados.


La escenografía y el vestuario son también muy acertados y redondean el rito y el misterio que necesita para convertir su interpretación en una evocación de los poderes de la diosa Gea. Estos dos elementos reflejan la convivencia ancestral de lo popular con lo desconocido. Aunque la disposición de los músicos dejaban un vacío en el centro del escenario que daba también un resultado frío y distante; y más aún, cuando Vidal había eliminado, para esta ocasión, la participación del público y el humor que ésto provocaba. El actor invitaba al espectador a ayudarle en la parte mímica, lo que aliviaba el aburrimiento y motivaba la distensión entre los asistente, pero en el Echegaray no hizo nada de eso. Vean el siguiente vídeo y comprueben lo que nos perdimos.

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