Crítica de danza /Meike Schönhütte
La Iglesia como modelo fuera de producción, a la venta en el escaparate de una sala de exposiciones.
Lugar: Teatro Echegaray, sábado 10 de abril de 2010.
Obra: DIES IRAE; en el réquiem de Mozart.
Compañía de Marta Carrasco.
Intérpretes: Alberto Velasco, Anna Coll, Joan Valldeperas, Noemí Padró, Robert González, Mª José Condonet, Adolfo Simón, Carmen Angulo, Raquel Sánchez, Frantxa Arraiza, Asu Rivero, Manuella Marra y Montse Rodríguez.
Escenografía: Marta Carrasco y Pau Fernández.
Vestuario y Maquillaje: Pau Fernández y Rui Alves.
Creación y dirección: Marta Carrasco.
Entramos al teatro y nos dejamos impresionar por la escena de una iglesia solitaria, llena de todo tipo de asientos y sillas que sólo se encuentran en los templos, respiramos un aire barroco y polvoriento, el lugar está vacío y repleto al mismo tiempo. La escenografía ideada por Marta Carrasco y Pau Fernández, funciona como maquina del tiempo ó mejor dicho del espacio; una máquina particular que nos transporta a un mundo que sobrevive desde hace siglos, sin grandes cambios, y que no necesita actualizar el diseño de sus interiores ni modernizar la ropa de trabajo de sus empleados. ¿No es curioso?
Un apagón de luces breve y por arte de magia, la iglesia vuelve a la vida. La imagen grotesca de un Mozart travestido de angelote empolvado que se sostiene sobre el altar mayor, apoyado en un cúmulo de su propia grasa, recuerda a la película de Jean Jacques Annaud "El nombre de la rosa". Como figura central, al fondo del escenario vemos al sacerdote dando vueltas como un coche en el escaparate de un concesionario.
Entran los demás interpretes; una mezcla de bailarines, actores y cantantes, como le suele gustar a la coreógrafa Marta Carrasco. Sus vestidos largos de gala recuerdan a la estética de Pina Bausch. Comienza un collage explosivo de imágenes que se mueve entre la ira, el pecado, la sexualidad reprimida, la hipocresía y... amén. Acentuando siempre la discrepancia entre el papel de la mujer en la sociedad y la imágen errónea creada por la Iglesia. Éste es el tema central de un espectáculo que pone a la institución católica en la picota, como uno de los mayores organismos opresores de la mujer en la historia occidental. A la vez, nos muestra la hipocresía de ésta congregación en aspectos relacionados con la sexualidad; un tema muy de actualidad por la salida a la luz de numerosos casos de pederastias en el seno de la propia "Iglesia". Las mujeres se convierten por momentos en "femmes fatales" que marcan sus cuerpos con cruces. La asamblea en el santuario desemboca en ciertos momentos en una orgía salvaje, aunque la apuesta por la provocación que incluye pechos descubiertos, actos de lesbianismo o sacerdotes que se besan con sus sacristanes, parece muy ajada y obsoleta.
El lenguaje de la Carrasco es claramente coreografico. Un teatro gestual que recuerda a la danza-teatro alemana, sin llegar a la virtuosidad de una Pina Bausch ó Sasha Waltz, pero sí con buen fondo, aunque a veces un poco repetitivo, sobre todo en los personajes de la mujer en rojo y la mujer del pelo "rastafari". Carrasco crea imágenes fuertes usando aquél vestido rojo ó el pelo rasta de más de dos metros de largo, que sostenido por el cuerpo de baile, ampara al personaje de la caída, en su acto de equilibrio entre el mundo profano y el mundo eclesiástico. Aunque este pelo precísamente recuerda a la obra "Dido y Aeneas" de Sasha Waltz. Desgraciadamente abusa de estás imágenes fuertes repitiéndolas una y otra vez. El ritmo del espectáculo está muy conseguido: a pesar de estás repeticiones y la falta de una coreografía bailada, el espectador no se aburre en ningún momento.
La obra esta repleta de momentos de humor e ironía. Un poco irritante quizás, que el sacristán les ceda el micrófono a las actrices para su intervención, es algo que seguramente se podría haber solucionado de mejor manera dramatúrgicamente; de la misma manera habría quizás una mejor solución que el uso de las "voces en off" ó el tenor que canta en directo sobre un playback. Las actuaciones de las actrices en los breves momentos con texto, hacen que nos olvidemos de estos fallos por la frescura que aportan al espectáculo. Impactante la escena de la virgen envuelta en plástico transparente, como si fuera una maleta en el aeropuerto ó un trozo de carne en el supermercado, así vemos el símbolo de la mujer creada por la Iglesia.
La mujer pura e inocente privada de su sexualidad se conserva para la eternidad, dentro de este envoltorio que apenas la deja respirar. Esta imagen tan poderosa y sugerente podría haber sido un final fantástico para un espectáculo entretenido y a la vez crítico, que retrata lo eclesiástico como un modelo fuera de fabricación.
Quizás sobran los gritos de la momia envuelta en plástico y la tela que cae para descubrirnos la imagen de una mujer al estilo Frida Kahlo, mientras suena (otra vez) una "voz en off" que relata un texto interminable que habla de la degradación de la mujer por parte de los poderes clericales (para todos aquéllos que todavía no han entendido el mensaje del espectáculo). Este segundo fin podría ser una instalación de artes ó un performance, pero en este punto de la obra es innecesario y sobra.
La mujer pura e inocente privada de su sexualidad se conserva para la eternidad, dentro de este envoltorio que apenas la deja respirar. Esta imagen tan poderosa y sugerente podría haber sido un final fantástico para un espectáculo entretenido y a la vez crítico, que retrata lo eclesiástico como un modelo fuera de fabricación.
Quizás sobran los gritos de la momia envuelta en plástico y la tela que cae para descubrirnos la imagen de una mujer al estilo Frida Kahlo, mientras suena (otra vez) una "voz en off" que relata un texto interminable que habla de la degradación de la mujer por parte de los poderes clericales (para todos aquéllos que todavía no han entendido el mensaje del espectáculo). Este segundo fin podría ser una instalación de artes ó un performance, pero en este punto de la obra es innecesario y sobra.
Entre el público del sábado, ha habido disparidad de opiniones, se podían observar espectadores que se levantaban para aplaudir, pero también espectadores que no aplaudían, signo de que éste "DIES IRAE" no deja indiferente a nadie.
Fragmento de"Dido y Aeneas" de Sasha Waltz
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