Crítica de teatro de títeres /José Antonio Triguero
"...el sol y la luna se aman, por eso se unen en el cielo" Palabras de Caramelo
Espectáculo recomendado por "mi yo espectador"
Obra: Palabras de Caramelo de Gonzalo Moure
Adaptación: María José Frías
Compañía: Títeres María Parrato
Intérprete: María José Frías
Música: Kim Warsen
Dirección: Mauricio Zabaleta
Fotos de la web de la Compañía
María José Frías (a la que tuve el placer de hacer una entrevista) y su compañía, el director Mauricio Zabaleta y el músico Kim Warsen son poetas. Un grupo de poetas que alimentan musas en el teatro de títeres. Y a éstos los convierten en figuras estilísticas que se materializan en historias. María en el escenario es una rapsoda envuelta en una "mehlfa" que le permite transitar contextos estéticos de mestizaje, caminar por el filo de la navaja formal y traspasar horizontes técnicos y dramáticos. El resultado es conmovedor, preciso y poético.
Con palabras de aire conforman un universo donde la arena lo es todo, también el discurrir del tiempo y de la vida. La fusión continúa en la construcción de los títeres, tazas, teteras, telas, trozos de madera y partes de su propio cuerpo. Todo tiende a la evocación, a lo connotativo, a la metáfora. Así da paso a la pregunta ¿qué somos, de qué estamos hechos, cuál es nuestra naturaleza? Desde su perspectiva femenina ha permeabilizado la esencia de la mujer saharaüi y reinvidicado la memoria, afán en el que la música ha sido verdaderamente insustituible, plena de ecos y atmósferas certeras que disparan la imaginación hacia realidades que no se ven en el escenario pero que están ahí.
A partir del mundo interior de un niño sordo que observa todo lo que sucede a su alrededor, que interpreta las conversaciones de los demás y que expresa sus enfados, tristezas, imaginación, deseos, ternura y sentimientos, se construye en escena un universo particular que es como una puerta desde la que el espectador puede bucear en la historia que se cuenta. El niño no oye, no escribe, pero dibuja; y entiende las palabras de su amigo, un pequeño camello al que él llama sin que lo sepa nadie, Caramelo.
Mínima escenografía, máxima magia, la de los títeres, la poesía y la buscadora de historias que porta la luz en una lámpara. Interpreta y escudriña el aire, escucha el suelo y las vibraciones que se abren en el fondo de la tierra y de la naturaleza humana; halla historias escondidas entre troncos y ramas secas, una de ellas, la historia de Kori, el niño sordo, el personaje-títere que va apareciendo al calor de las palabras de María. Metáforas, elipses, yuxtaposiciones, personificación, metonimias, alegorías, etc... cuentan lo que no se ve.
También hay proyecciones muy sugerentes en un formato micro, íntimo; hay teatro de sombras, hilos simplificados donde la cruz es una pequeña rama, títeres construidos con objetos, cada uno con su propio valor; y un hallazgo sin igual, la utilización de su mano como parte de los títeres, una mano que rumia, que habla, que come; y un desierto que se mueve, como la arena; por ello, el té es la arena, la arena es alimento, la leche es arena que cae y la arena es la sangre del parto y de la muerte. El desenlace de la historia es una de las partes más bellas y verdaderas, sin esconder nada ni tamizar la crudeza de un desierto que quema y que tiene atrapado al pueblo saharaüi, un pueblo que quisiera ser arena para viajar a otro lugar, para escapar del destierro.
Los objetos y el espacio escénico se engarzan en una textura sinfín continuada en la propia narración, a través de la buena interpretación de María, que de narradora se desdobla en madre, en maestra y en hechicera, con toda la sensibilidad del mundo. En definitiva estamos ante una apuesta muy compleja y esforzada que se ve y se disfruta con facilidad y emoción por los espectadores.
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