martes, 23 de febrero de 2010

Rodrigo Leão & Cinema Ensemble


Magnífico fin de semana musical en el Teatro Echegaray (I)
Rodrigo Leão & Cinema Ensemble

crítica de música/ Miguel A Barba

Las fotos son de Daniel Pérez TC



Los pasados viernes 19 y sábado 20, el Teatro Echegaray nos regaló una sin par concreción de músicos que ha superado, medida en calidad musical por metro cuadrado a anteriores citas más recientes.

El viernes nos visitaba Rodrigo Leão quien, acompañado de la Cinema Ensemble, nos invitó a un recorrido musical interesante y de descubrimientos. Rodrigo, como tantos otros músicos, siempre viaja con su ordenador, su teclado y sus auriculares (otros llevan su guitarra), y esto le permite aprovechar cada parada o descanso para recrear los ambientes en los que se desenvuelve en cada momento dejándonos luego esa sensación de “esta melodía me suena a...”

Acompañado de un fantástico grupo de músicos entre quienes destacaría a la violinsta Viviena Toupicova y la acordeonista ( que alternaba acordeón con xilófono de metal) Celina da Piedade, sin menospreciar desde luego la calidad del resto del grupo, entre los cuales por cierto no había guitarra (lo cual hubiera añadido un plus en algunos pasajes) como anunciba el programa. En lugar de ésta el grupo contaba con una viola que, en multitud de ocasiones, nos hizo disfrutar con sus guiños y su complicidad con el cello.

Si algo distingue a unos músicos de otros, a unos conciertos de otros, es la capacidad de disfrute de los propios integrantes del espectáculo. Cuando transmiten esa sonrisa, ese estar pasándolo bien, la música funciona, nos llega, nos trasmite y nos transforma. Y eso ocurrió en muchos pasajes del concierto y lo notamos desde los asientos.

De Rodrigo poco se puede añadir a lo que en tantos artículos y críticas se haya podido decir de él. Quizá tendríamos que partir de ese previo conocimiento del músico para posicionarnos ante su obra. Él no es Michael Nyman ni Philip Glass aunque bebiera abundantemente de sus fuentes inagotables de creatividad, No es Ludovico Einaudi aunque sea un referente constante. No esperamos que toque el piano como ellos. Leão no es un vituoso, ni siquiera un interprete al uso, es un hacedor de melodias y canciones y como tal hay que recibirlo y sentirlo. Quizá a muchos nos gustaría que nos deleitara con unas partes de piano brillantes, unas frases musicales de las que te pegan al asiento y luego te proyectan hacia nadie sabe donde. Pero ese no es él. Y como tal hizo lo que sabe hacer.

Nos prestó durante unas horas unas muestras de su música que comenzaron con aires sutiles, coqueteando con el fado y el tango, que como definió Enrique Santos Disépolo es «un pensamiento triste que se baila», pero que después redefiniría Astor Piazzolla con esos aires que tomó de sus admirados Stravinski y Bártok, legando lo que ahora músicos como Leão pueden experimentar.

Y entre esos aires más reconocibles sobrevoló el proscenio con un recorrido haciendo mutis entre diferentes sonoridades balcánicas la voz profunda y sensual de Ana Vieira, representadas magníficamente en la canción Vida Tão Estranha, alternada con ráfagas minimalistas, momentos altamente vitalistas o de preciosistas melodias como Deep Blue.

Amerizó el escenario con dos canciones de sonoridad intimista y cargadas de melodías y cadencias muy melancólicas, cuyos interpretes en la versión grabada, en estudio lógicamente, no pueden girar con Rodrigo por tener sus propios compromisos. Se trata de las voces de Stuart Staples (Tindersticks) en This light holds so many colours (Esta luz de tantos colores) o la de Neil Hannon, cantante de la banda británica The Divine Comedy, en Cathy. Fueron interpretadas por un cantante amigo de Leão (cuyo nombre no hemos logrado descifrar) de voz y caracterización sonora y tímbrica que recordaba a David Bowie. Incluso en sus mismos finales con un ligero desafinado. Y entre todo aparecía constantemente ese compás de vals tan característico que sirve para dar lugar a multitud de músicas populares.

Estas dos canciones supusieron también el bis con que respondieron a los aplausos finales. No estuvo mal esta repetición dado que la última con la que habían despedido el concierto, cantada en Español por Celina no había dejado muy buen regusto. Fundamentalmente por una de esas típicas letras en las que la mujer se arrastra ante el hombre en actitud suplicante; porque la mujer sin un hombre, no es nada. De hecho, en esta última canción se notó un cierto enfriamiento del público. Pero esto no empaña la magnífica actuación de un fantástico grupo, con buenas composiciones y exquisitos arreglos de cuerda, con una Viviena Toupikova que lograba arrancar al violín sonidos que, en ocasiones, evocaban al mismísimo Joshua Bell. Con unas bases rítmicas de cello, viola y bajo eléctrico potentes, jugando a sonar y no sonar y con la sutilidad y el buen hacer, pasando casi desapercibido pero estando siempre ahí, del baterista.

Y siempre la personalidad de Rodrigo que ha logrado reunir en su bagaje musical, de características autodidactas, lo mejor de muchos, y que ahora reparte allá por donde pisa un escenario.

No sabemos aún cuanto tenemos que agradecerle a Ramón Trecet y a su sempiterno Diálogos 3, el que nos enseñara a apreciar la música que se estaba haciendo en los años 85-86 en Portugal (junto a muchas otras) y que nos diera a conocer a Madredeus, Rodrigo Leão, Pedro Ayres Magalhães, Dulce Pontes, Mísia y tantas otras excelencias musicales de nuestro vecino Portugal.


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