Teatro del Auditorio de Diputación
05 de Noviembre. 20,30h
Autor: Juan Mayorga
Dirección y Adaptación: Paco Macía
Intérpretes: David Garcia Coll, César Oliva, Diego Juan, Juan Carlos Pérez Abad, Joan Miquel Reig, Eloisa Azorín, Lucía Muñoz.
Músicos-actores: Javier Cuevas Caravaca, Juan Antonio Hurtado “ sopas”, Jesús Gea Marcos, Antonio Mateo.
Músicos-actores: Javier Cuevas Caravaca, Juan Antonio Hurtado “ sopas”, Jesús Gea Marcos, Antonio Mateo.
Música: Caro Ceice.
A veces uno se reencuentra con sensaciones que creía extintas, o al menos desaparecidas. Este año hemos asistido en Málaga a varias obras de teatro que rescatan el compromiso social y lo aupan al proscenio de la realidad cotidiana. Esto nos muestra que el teatro puede ser popular, social, comprometido, reivindicativo y al mismo tiempo seguir siendo buen teatro: buenos textos, actores, puestas en escena, música, dirección...
Bien es cierto que ni un teatro comprometido puede vivir solo de que es social, ni el buen teatro puede obviar la sociedad en la que vive. Hay mucho “arte” empaquetado en la exclusividad, el esnobismo, la cursilería y la afectación. Mucho artista de mirarse el ombligo y soslayar lo que ocurre a su alrededor.
¿Podemos considerar realmente arte algo que está ciego o no quiere ver lo que le rodea?... Buen debate.
Asistimos a “NN12 Nomen Nescio” de Remiendo Teatro, y algunas otras igual de interesantes, pero desde ya, me quedo con esta Himmelweg de la Cía. Ferroviaria: nos emocionó, nos zarandeó un poco las neuronas despistadas, nos abrió los ojos y todo ello con un espectáculo que al mismo tiempo resultó técnicamente brillante y a todos los niveles fantástico.
En Himmelweg, “Camino del Cielo”, eufemismo siniestro y sarcástico utilizado por los nazis para referirse a la rampa de acceso a las cámaras de gas donde se exterminaba sistemáticamente a los judíos, volvimos a encontrarnos con actores naturales (qué hartos ya de imposturas, falsedades, papagayos y famoseo), con un montaje sencillo gracias precisamente a su complejidad bien zurcida, un texto rico y poético y una adaptación y una dramaturgia completas, plasmadas en una belleza y una clarividencia que mueven a la emoción en la misma medida que a la reflexión. Una iluminación y una música en directo sencillas pero encajadas a la perfección, con manejo de los focos directamente en escena por parte de algunos actores, con músicos actores, con público inmerso dentro de la acción como convidados de piedra, como unos judíos más que observan el paso de la vida ante ellos sin entender el porqué de sus propias existencias, pero siendo utilizados como seres a los que dirigir soliloquios, miradas o interrogantes. Víctimas también de la sórdida magia y la capacidad de seducción de que el dramaturgo dota al personaje del cínico comandante nazi del “campo de internamiento”.
Con un lenguaje perverso, como herramienta para enmascarar la manipulación, el dominio y el horror, se entrecruza la acción con monólogos y con diálogos escritos por los que detentan el poder y esgrimidos en un sinsentido por los dominados o los manejados.
Realmente no teatralizados, sino automatizados. En medio de todo ello, un observador internacional que se siente culpable y se autojustifica años después de haber informado positivamente acerca de la situación del Centro de Internamiento Civil, perífrasis usada para los campos de exterminio.
Podríamos encontrar un cierto paralelismo con la película realizada por Roberto Begnini, "La vida es bella", en la que el protagonista trata de desvirtuar la crueldad dentro de un campo de concentración para evitar el sufrimiento de su hijo. Aunque la similitud sea muy somera. En este caso sólo servirá para acabar como estaba previsto que acabara. Pero eso ya es otra historia.
Para el público, el relato acabó con una secuencia de escenas y música escalofriantemente bellas, dulces, tiernas y al mismo tiempo duras y fuertemente emocionales que llevó a que la salida del público de la sala fuera un poco más silenciosa y contenida de lo habitual.
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