¿Por qué ha muerto mi hijo...?
una crítica de Miguel Ángel Barba
Madre Paz
De Darío Fo y Franca Rame
Dirección: Carlos La Rosa
Reparto: María José Goyanes, Marc Parejo y Silvia Vivó
Cindy Sheehan, la madre que puso muy nervioso a quien no era demasiado difícil poner nervioso debido a su estulticia y memez manifiesta, es la esfera central alrededor de la cual gira una historia perfectamente glosada e integrada por Darío Fo y Franca Rame, que logran un verdadero tratado de resiliencia, esa que en psicología se traduce como la capacidad humana para asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas; en física se entiende como la disposición e idoneidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación y en Ecología se concibe como las condiciones para absorber y soportar las perturbaciones por parte de los organismos y las comunidades.
Esta Madre Paz y la actriz que la encarna, Mª José Goyanes, muestran un importante y creíble nivel de resiliencia. De un lado la flexibilidad y manejabilidad del texto, sereno y directo, sin subterfugios ni maquiavelismos del tipo tocar la vena frágil del espectador. No es necesario sobredramatizar lo que ya es dramático, ni infravalorar al espectador buscándole la lágrima fácil que ya no es necesaria.
Por otra, la plasticidad de la interpretación de la actriz. Sin amaneramientos ni excesos. Emocional pero serena, cada gesto trasluce una agitación, una conmoción, un anhelo, una turbación; y después sosiego, hastío... Fantásticos los cambios de registro en nanosegundos, del gesto compugido al rictus duro, de la sonrisa quebradiza y delicada al desasosiego. A veces distante, ida, sola o acompañada del recuerdo de su hijo, otras lúcida, sobrepuesta a los intangibles e imprevistos. Soberbia esa Goyanes que con esta actuación refrenda y sobrevalora las realizadas en televisión, demostrando una ductilidad y docilidad en la escena envidiables.
De otro lado, la escenografía huera y vacua, con un atrezo mínimo, lo imprescindible (¿para qué más?), a conciencia y con oficio, dado que gracias a una iluminación brillante consigue los efectos necesarios sin sobrecargar la escena y nos permite centrarnos en lo realmente interesante de la obra. Además, con el apoyo de la pantalla y los montajes multimedia, y los sonidos recreados alrededor de la escena, se cumple con el cometido de toda escenografía y montaje, arropar y reforzar, sin más.
Marc Parejo supone el contrapunto de emociones y sensaciones a su madre, amaina los temporales y a veces es la tilde que completa el discurso de ella. Silvia Vivó se desdobla en múltiples personalidades saliendo indemne del envite. Pero Cindy Sheehan-Mª José Goyanes lo absorbe todo. No se quién interpreta a quién. Pero ayudan a que estos compañeros de trabajo pasen un poco desapercibidos.
He dejado para el final la música, un elemento vivificador y al mismo tiempo desgarrador que está ahí todo el tiempo. Aunque calle; esos silencios son importantes para realzar los posteriores sonidos desgarradores de un violonchelo que refuerza el drama, la soledad; y una trompeta sorda que evoca los ecos de todo cuanto acontece en escena. La sobriedad del músico, Ali Reza -hermanando soledades con el monólogo continuo de la actriz-madre, solo alterado en tibios esbozos y mutis de personajes varios, todos interpretados por quienes completan la terna de actores- ayudaba a mantener las atmósferas creadas por Mª José Goyanes, cada vez que ésta salía y entraba, ora reverberación triste, ora melancolía, ora eco intangible.
Casey murió para nada en Irak. Pero las piedras "rodicantes", la fábula india, y el arrojo de una madre sobre la que se cimenta esta obra, surtieron su efecto, como un conjuro taumatúrgico lanzado por la chamán Cindy, contagiaron a millones de personas que la siguieron contra la guerra y contra sus impulsores. No estuvo sola en ningún momento, ni siquiera cuando hace pocos meses la volvieron a detener estando en la puerta de la Casablanca, donde sigue interrogando a los mandamases: ¿Por qué ha muerto mi hijo...?
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