sábado, 14 de mayo de 2011

Y la tacita derramó parte de su plata en forma de coplas...

Fotos Dani Pérez/TE

6 de Mayo

Javier Ruibal: guitarra, voz, composiciones y arreglos. 
Javi Ruibal: Batería

Oír a Javier Ruibal es como dejarse mecer por un suave poniente venido de allí, de donde Baelo Claudia hizo famoso su garum hace dos siglos, de donde los atunes se encuentran con el paraíso, donde las marismas, el puerto o la isla o donde la tacita ya era tartessica. Una brisa gaditana que nos trae aromas de cuple, pasodoble, tango o chirigota de la que llaman la costa de la luz.


Todo eso es la música de Javier y mucho más: es reminiscencia de siglos entre tres culturas amalgamadas y treinta años de recorrer tablas, pueblos, ciudades y países. Y todo eso se nota en el escenario. Como el mismo ha dicho, busca una música nueva que contenga todas las músicas que le emocionan. Y se transmite ese deseo y esa búsqueda constante claramente en sus canciones. El público se contagia de, como decía una seguidora de Ruibal, buchitos de alegría. Esa alegría y esa simpatía de nuestros vecinos de provincia que él atesora.


En el concierto no hubo momento para la distracción o la desconexión, atrapados desde el primer tema interpretado por el solo a la guitarra, el concierto es puro ritmo, calma, sosiego, risas, complicidad, intimidad, emoción en el recuerdo a Morente... El compositor y cantante portuense nos llevó de viaje por medio mundo y nos desgranó su repertorio trayéndonos y llevándonos, como esas olas y esa marea de su bahía. Lo mismo le pone letra a una pieza de Satie, que le pone música a cualquier poema de su gusto, que nos hace una versión magnífica del Fragile de Sting, que hace lo que quiere con sus preciosas letras y armonías, convirtiendo cada nueva canción interpretada en una nueva estrella de ese enorme universo en que está convirtiendo su discografía y su personal historia musical.



Estuvo acompañado de un magnífico Iñaqui Salvador, quien fuera compañero inseparable durante casi toda su carrera del malogrado Mikel Laboa, maestro indiscutible. Iñaqui añadió ese plus que dan los aires clásicos o los requiebros jazzísticos. A la batería su hijo Javi; debo reconocer que la gran sorpresa de la noche para mí por su gran trabajo de soporte rítmico tras dos pesos pesados de la música.

Noche para anotar en el diario personal como una inolvidable y emocional velada con el siempre cercano y amigo, pero enorme y genial, Javier Ruibal.

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