Juana de Arppo conquista Málaga con su epopeya cotidiana
Una crónica de Miguel Ángel Barba
Foto: Adam
Actriz: Gardi Hütter
Dirección: Gardi Hütter
Desde que, hace ya cuatro mil años en la antigua China, existiera un bufón llamado Yusze que servía en la corte del emperador, la figura del payaso ha pasado por muy diversas épocas, distintos niveles de aceptación e incluso diferentes grados de privilegio: desde burlarse de un rey o emperador hasta ser vilipendiados y maltratados, pasando por ridiculizar a escalafones de la sociedad intocables para otros mortales.
En la antigua Grecia, los payasos suponen el antecedente de las atelanas, tradición seguida por los romanos en la que se presentaba una obra teatral y éstos aparecían en los intermedios o al final, interpretando una propia versión cómica de la obra. Tersites, divertía a los guerreros griegos ya en las fiestas del Ager, en las que personajes enmascarados o maquillados, improvisaban diálogos humorísticos y representaban costumbres populares.
En la commedia italiana existía un personaje vestido con ropas estrafalarias confeccionadas con la misma tela burda que se usaba para recubrir los colchones de paja. Por esa razón, se le llamó pagliaccio, palabra formada a partir del italiano paglia ‘paja’.
En la Edad Media los "jonglenrs" en Francia, durante los siglos XVI y XVII, en la comedia del arte personajes como Arlequín, Brighella, Polichinela o Pulcinello, más tarde, de nuevo en Francia, Pierrot. Todos estos supusieron el origen de lo que conocemos como el payaso moderno, del que hay quien considera como primer representante en la historia a Giuseppe Grimaldi.
En francés, en la segunda mitad del siglo XVIII, se llamaba a este personaje paillasse, una antigua palabra que, desde hacía cinco siglos, significaba ‘bolsa de paja’.
En castellano, la palabra payaso, ya figuraba en el Diccionario de la Academia en su edición de 1817, como “el que en los volatines y fiestas semejantes hace el papel de gracioso, con ademanes, trajes y gestos ridículos”.
En cualquier número de payasos podemos distinguir al clown del augusto. El primero es astuto y dotado de un humor conservador, viste de manera recatada, la cara maquillada de blanco y cejas circunflejas. Proviene en gran parte de Pierrot. Por el contrario el augusto, derivado originariamente del Arlequín de la Comedia del Arte, usa disfraces extravagantes y coloridos, muy grandes o muy pequeños. Calza enormes zapatos y porta una redonda nariz roja. Hace el papel de tonto, se tropieza y recibe golpes, y aunque es ingenuo, resulta crítico, mordaz y hasta rebelde. A veces suele hacer gala de una gran capacidad para el arte gestual.
Entre los siglos XIX y XX, han existido grandes payasos como Antonet, Grock o Tony Grice, Nablett, los hermanos Duroff, Popey en Barcelona, Pompof y Thedy, sus vástagos Zampabollos y Nabucodonosorcito, Youri y, por supuesto, nuestro inolvidable Chalie Rivel, con su guitarra y su silla inseparables, del que nuestra protagonista de hoy recuerda a veces en su llanto, o mejor dicho aullido.
En este repaso histórico no puede olvidarse el lugar ocupado por las mujeres clownesas o payasas como Elizabeth Silvestre, considerada la primera, Miss LouLou, Oranda Cristiani y la señora de Riquelme, Fratellini... y en los últimos años la mujer suiza que nos ocupa: Gardi Hütter. Considerada hoy día como la mejor payasa y clownesa del mundo, ganadora del último ClownIn, Festival Internacional de Payasos Mujeres 2008 con su espectáculo La Apuntadora.
Como puede observarse, la tradición y la historia de este querido personaje vienen de lejos y, si hay algo que distingue la cultura humana de la de otros animales es que la nuestra es acumulativa, cada nueva generación no tiene que volver a inventar la rueda o descubrir el fuego, ahora lo que hay que aprender es como se cambian o como se usa. Nuestra generación no tiene que inventar grandes nuevos gags, golpes o skechts, están casi todos inventados, ahora lo que toca es la reinvención, los nuevos usos y combinaciones o los diferentes modos de hacerlos.
Todo este patrimonio y esta acumulación histórica es atesorado hoy día por artistas como Gardi Hütter, que tirando del manual de los recursos de siempre, con alguna nueva vuelta de tuerca, reinventa espectáculos como el presentado en el Teatro del Auditorio de Diputación, con sus dotes para la ternura, con sus resortes expresivos corporales, su fantasía, sus buenas maneras teatrales, sus habilidades con los objetos y el espacio, su naturalidad y emotividad e, incluso, con su buen gusto por el humor limpio y sano, sin menospreciar unos apuntes de humor negro o incluso unas gotitas de mala leche.
Si, como decía Groucho Marx, "Los payasos funcionan como las aspirinas, pero son el doble de rápidos", Hütter y su Juana de Arppo son una botica. En boca de la propia Gardi, su personaje «Es una mujer que quiere ser Juana de Arco y lucha por ello como si fuera Don Quijote». Pero sobre el escenario había más que ese personaje, dejó trazas de su capacidad de improvisación y conocimiento del público y los clichés que repetitivamente trasladamos a nuestros asientos de espectadores. Contrariada por las interrupciones constantes al inicio de su actuación, ridiculizó a todas aquellas personas que llegaron tarde irrumpiendo en pleno inicio del espectáculo, haciéndole indicaciones para que se dieran prisa y se sentaran en sus localidades y volviendo a empezar con una nueva entrada a escena que llegó a repetir hasta tres veces por la reiteración de las interferencias. Pero sin acritud y con dulzura irónica. La última de las veces llegó a tardar en recomenzar quedándose a la espera, impaciente, de brazos cruzados y mirando hacia la entrada de la sala, por si llegaban más retrasados.
Volvió a repetir este juego de improvisaciones con el público mediada la función a costa de las toses o cualquier gesto o tic aprovechable proveniente del mismo. Somos tan previsibles y ella sabe como usarlo a la perfección. De hecho, persistió en jugar con nosotros hasta el último segundo, cuando, después de salir a saludar en varias ocasiones y estando las habituales aglomeraciones de público junto a las puertas de salida, con parte del mismo ya fuera, volvió a aparecer de improviso haciendo que, cuando se volvió a marchar, muchos se quedaran esperando por si volvía a escena. Lo cual, lógicamente, no iba a volver a ocurrir. Ya había conseguido lo que perseguía: dejarnos allí enganchados con el por si acaso, queremos más.
No es de extrañar que Gardi Hutter, con solo 57 años, sea reclamada en medio mundo como maestra, en el más amplio y total sentido de la palabra, para impartir su magisterio a las nuevas generaciones de payasos.
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