Crítica de Teatro por José Antonio Triguero
Concha Velasco dirigida por Josep María Pou
Hoy sábado a las 20 horas y mañana domingo a las 19 horas
Lugar: Teatro Cervantes, viernes 28 de mayo de 2010
Obra: "La vida por delante" de Romain Gary, adpatación de Xavier Jaillar.
Dirección: Josep Maria Pou
Escenografía: Llorenç Corbella
Reparto: Concha Velasco como Madame Rosa, Rubèn de Eguia como Momó, José Luis Fernández como Youssef Kadir y Carles Canut como el doctor Katz.
Fotos: David Ruano
La escenografía se presenta a la vista de los espectadores mientras ocupan sus butacas, de modo que abre espacios para la observación del lugar donde se desarrollará posteriormente la acción: un ático con grandes claraboyas a modo de ventanas que conseguían la ilusión de la luz natural de los cielos de París. El salón clásico y añejo, con cocina al fondo incluida, remitía a las claras hacia el realismo y el detalle preciso, con todos los elementos propios y apropiados para una función hipernaturalista.
A pesar de que el telón abierto invitaba a la observación como digo, era inebitable poner los ojos donde estaba la acción, el patio de butacas, donde un publico ruidoso se removía sin parar en sus asientos o se levantaba y volvía a sentar. Sus voces y su edad eran bastante elevadas, de manera que estaba claro que lo único que querían era ver a Concha Velasco en escena. Una vez comenzó la obra, muchas señoras se dedicaron a hacer comentarios en voz alta, sonaron móviles hasta en seis ocasiones y hubo algún conato de discusión entre los espectadores. También hay que decir que a partir de que el conflicto se hace patente y hasta el final, la intensidad de la obra sube y logra absorber el interés de un público que, si bien a priori es al que va dedicado este tipo de propuestas, no paró de reírse de ñoñerias, tomándose a chiste el nudo y "la nuez" de la obra como diría William Layton.
La primera imagen es la silueta de Madame Rosa, botella en mano, en el quicio de la puerta de entrada al ático. En la radio suena una canción de Edith Piaf, "Hymne a l'amour". El primer climax, esa imagen decadente de la protagonista, lo rompe la irrupción en escena de Momó, un adolescente árabe, hijo de una prostituta que había sido recogido y protegido por la madame cuando era un niño. Comienza la acción en clave de tragicomedia, cosa que a veces va en detrimento del texto, que es más bien dramático, y que obliga por momentos a la actriz a acercarse a los mohines y forma de caminar de Lina Morgan, tirando de sainete, para provocar la comicidad que rechazan los propios diálogos.
Momó, que ha vivido desde los cuatro años con Madame Rosa, presenta entre algunas de sus inconsistencias, un acento árabe poco verosímil y mal ejecutado; además la impostación y proyección de su voz es excesivamente potente en un contraste deslucido frente a la naturalidad y emisión de voz que luce Concha Velasco, de modo que en ocasiones, parecen dos personajes de obras distintas. Pese a ello, el trabajo interpretativo de Rubèn Eguía es muy bueno, sobre todo en lo que se refiere a la transición que sufre Momó durante el desarrollo de la trama, están bien hilvanados los apartes con las transformaciones íntimas y muestra en el final de la obra una consistencia de actor maduro con la que logra emocionar y llegar al corazón del espectador.
Cuando entra en escena el segundo personaje árabe, Youssef, interpretado por José Luis Fernández -no contaremos mucho más para no revelar el argumento- la obra cobra más interés y se desata el conflicto; y de ahí hasta el final. A partir de entonces se entiende mejor el juego entre el humor y el dramatismo, y lo más importante es que la historia y lo que se cuenta comienza a calar de verdad en las entrañas del respetable. El ritmo, un poco deslavazado al principio, también mejora y camina con paso firme hacia un desenlace dramático pero emotivo y de gran alcance humano. Son dos horas de función que se resienten sobre todo por esa falta de ritmo, dado que no hay conflictos de envergadura hasta la aparición enérgica, aunque demasiado gritada, de Youssef. Quizás haya fragmentos que se podrían haber recortado para aligerar el peso de un texto modesto que no ahonda en las vicisitudes amorosas de una vieja judía exprostituta y un joven árabe.
Rosa se muestra como una anciana con movilidad limitada, pero no se mantiene el personaje a nivel corporal a lo largo de toda la obra, por lo que no resulta creíble la excesiva soltura de sus actividades físicas. Con ello, se pierde intensidad y calado humano porque se crea una caracterización algo contradictoria. Y que conste que no me refiero al planteamiento rupturista que Pou hace desde el intimismo poético a las explosiones delirantes de la madame. Ésto no solo es creíble sino que facilita la descripción síquica del personaje.
Carles Canut como el doctor Katz, está perfecto en ese papel bisagra y testigo discreto de la relación entre los dos protagonistas. Podríamos decir que es también el personaje mejor perfilado, comedido casi todo el tiempo y tomando las riendas de la acción cuando es menester. Modula de forma precisa la distancia del personaje con respecto a lo que pasa en escena.
Por supuesto, los aplausos fueron desmedidos, aunque merecidos por el fragor de la batalla que los actores habían librado con el texto y con el propio público que, al final, recompensaba de pié y con fuertes palmas al elenco. Concha Velasco se deshizo en agradecimientos y pidió reconocimiento para Rubèn Eguía. Se refirió también al premio que el Festival de Cine otorgó a la película "Rabia", alabó nuestro coliseo y puso a Málaga por las nubes. Los vítores se sucedían. Los comentarios finales de los espectadores eran que les había gustado "aunque era una obra diferente". Prueba de que la propuesta, aunque pueda resultar "ligth", es perfecta para este público que, por su edad avanzada, le puede resultar novedoso y hasta arriesgado plantear la relación entre un joven árabe abandonado y una vieja judía que había dedicado toda su vida a la prostitución.
Por tanto, recomiendo la obra a pesar de los "peros". Verán a una Concha Velasco que es carne de escenario, animal de la escena o como le quieran llamar, un portento. El joven actor Rubén Eguía se deja la piel y emociona. Y Josep María Pou deja su sello con honestidad y entrega. Además, se habla de amor, una planta que crece en cualquier lugar y a la que todos tenemos derecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario