viernes, 4 de febrero de 2011

VERSAR SUL TASTO

17 CICLO MÚSICA CONTEMPORÁNEA MÁLAGA
/JESÚS VILLA-ROJO/

Orquesta Filarmónica de Málaga
CAMERATA DEL PRADO
Miércoles 19 de enero de 2011
Traspasar la barrera mágica
Por Pedro Barrientos
PROGRAMA

I
Serenata, para orquesta de cuerdas (12’)
JESÚS VILLA-ROJO (1940)

Concierto para violín y orquesta de cuerda (20’)
TOMÁS GARRIDO (1955)

II

Preludios y fuga (35’)
WITOLD LUTOSLAWSKI (1913 - 1994)

DAVID MARTÍNEZ Violín, TOMÁS GARRIDO Director



En la escritura musical para cuerdas se concentran tradicionalmente los valores de élite de los que dispone un compositor; es así desde Haydn y posteriormente Beethoven, quienes dan carta de autentico culmen en el magisterio constructivo, formal y sonoro en sus cuartetos de cuerda. 

Digamos que un compositor se distinguía cuando demostraba su pericia y genialidad en la escritura para cuerdas. Muchos de los avances estéticos en la música culta occidental, han tomado como referencia para su desarrollo los progresos que han sido marcados por la escritura para cuerdas, extrapolando los descubrimientos hacia las formas de concebir la conjunción de otros instrumentos, con los aspectos contextuales que bullían de este tipo de escritura.

Así que las propuestas escritas para cuarteto de cuerdas u orquesta de cuerdas vendrían en su mayoría condicionadas por las expectativas de la innovación.

Tomemos como ejemplo a los cuartetos de Lutoslawski, Ligeti, Penderecki, Cage, o la Suite Lírica de Alban Berg para cuerdas, que han resultado ser auténticos bastiones de la vanguardia mas perfilada.

Las obras propuestas para el concierto del día 14 en la Sala Canovas evidenciaban esta premisa y eran la Camerata del Prado, bajo la dirección de Tomás Garrido los encargados de dar vida al concierto.

La obra de Jesús Villa-Rojo “Serenata para orquesta de cuerdas” es una obra preciosa que deja entrever sus cercanías con la concepción Bartokiana del tratamiento de las cuerdas y dando rienda suelta a las partes de los divisi.

Vi en la obra tres partes, primera y ultima cargadas de fuerza, la construcción central inducía a la calma tratando el ritmo con retardos de las notas. Su contrapunto es brillante y vivo y desemboca en un juego delicioso entre el, un violín y una viola solistas. En definitiva, una obra redonda.

“Concierto para violín y orquesta de cuerdas” de Tomás Garrido, acentúa una gran complejidad en la escritura.

Toda la orquesta, miembro a miembro, es una voz contrapuntística dando un carácter de enjambre lleno de vida.

Una obra de difícil asimilación y a mi parecer un poco larga, que hace del violín un interlocutor de idioma complicado y que actúa en partes sin vibrato, confiriendo unos sonidos y situaciones tímbricas muy destacadas, contrastadas con la orquesta, que se mueve por compases irregulares entre pizzicatos y arco.

Esta obra de densa estructura necesitaría más escuchas para establecer un acercamiento de complicidad con el oyente, aunque por momentos da ráfagas que piden la total atención; también por momentos el lenguaje se encripta y vence al oido que se rinde ante la amalgama de lanzamientos.

El violinista David Martínez, empleó sus recursos de forma acertada, su sonido es penetrante y claro y dio buena cuenta de la obra.

“Preludios y fuga para trece instrumentos de cuerda” de Witold Lutoslawski, es una obra de madurez, recopilatoria de todos los conocimientos asentados en la trayectoria del compositor. Contiene siete preludios que anteceden a una fuga de brillante polifonía. Las voces parecen transcurrir de forma libre creando un sinfín de matices y colores orquestales extraordinarios, deslumbrantes. Es de estas obras con las que te fundes sin ni siquiera pretenderlo, obra de resoluciones aplastantes y de una lógica grandilocuente que hace de su transcurso un viaje sencillamente apasionante.

En su final, un tenuto en pianissimo con la intervención de los cellos y el contrabajo, te dejan perplejo. Una obra capital del sXX.

La Camerata del Prado cumplió con su labor de forma justa, dando una sonoridad contrastada en consonancia con las diferentes exigencias de las obras.

El director Tomás Garrido, de gesto enérgico y claro, supo dar la interpretación propia de cada requerimiento.

A mi modo de ver, el concierto se ajustó a las expectativas, aunque creo que faltó traspasar la barrera mágica de los momentos sublimes que contenían las obras.

Para que se den esas circunstancias, todo debe acontecer por un cauce de condiciones subjetivas, acerados surcos del espíritu y una voluntad que ansíe el vuelo libre. 

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