Crítica de teatro / Miguel A Barba
Una Celestina andrógina pero no ambigua
Foto: Miguel A Barba. La escenografía.
Lugar: Teatro Cánovas, sábado 20 de marzo de 2010
Obra: La Celestina de Fernando de Rojas
Compañía: Teatro Clásico de Sevilla
Reparto: Celestina, Roberto Quintana, Calixto, Nacho Bravo, Melibea, Alicia Moruno, Pleberio, Moncho Sánchez-Diezma y Alisa, Montse Rueda entre otros.
Diseño de Iluminación: Tito Tenorio
Asesor Musical: Rafael García
Dramaturgia: Alfonso Zurro
Dirección: Ramón Bocanegra
Cuando uno asume la tarea de hacer una crítica de un espectáculo, que no de criticarlo, se plantea la disyuntiva de cómo hacer para no caer en la demasiado extendida costumbre de “valorar el todo por las partes o las partes por el todo”.
Esta situación se manifiesta con la versión de La Celestina que proponía Teatro Clásico de Sevilla en el Teatro Cánovas. Creo que debo segmentar muy bien los diferentes componentes de este espectáculo para poder discernir lo bueno de los menos bueno y lo excelente de lo ramplón.
Así, si nos posicionamos en el inicio del proceso creativo (soslayando obviamente entrar en valoraciones sobre la obra original de Rojas) podemos apreciar una versión de Alfonso Zurro que, sin perderle la cara al clásico y a sus elementos cardinales consigue, a través de ciertos recursos narrativos y escénicos, una imagen restaurada del clásico, con ciertos aspectos modernizantes en su desarrollo. Al calor de esta deconstrucción del mito, el director Bocanegra, infiere una puesta en escena y un trabajo actoral notable, sustentado básicamente en una parte del elenco, que no de todo él.
Entre Alfonso Zurro y Ramón Bocanegra conciben un inicio de espectáculo en el que los personajes complementarios se constituyen en coro que, ante una buena elección y selección musical, usan del recurso lírico para complementar el texto narrado por un corifeo; en este papel no está mal y, sin embargo, en el padre de Melibea, pergeñan un final monótono, plano y abarquillado donde la tragedia se torna en deseos de que termine el monólogo de este personaje que, una vez comprobado su resultado en boca y manos de este actor, bien podría ser acortado.
La buena ambientación musical, a la que debemos sumar la buena y bonita voz de Montse Rueda y la buena adaptación de los actores a su cometido de coro, unida a una escenografía austera y bien diseñada, incidental y episódica, estructurada en retablos móviles, confieren buen ritmo a la obra sólo alterado en algunos movimientos escénicos y cambios de situación en los que, por error de coordinación entre el personaje que en escena habla y quienes en ese momento empujan los elementos del decorado, se producen pérdidas de texto y cortes en la narración. Nada que alterara la obra realmente, aunque sí un poco molesto para los actores.
La iluminación, sin ser demasiado preponderante e incluso en ocasiones pasar desapercibida, si consigue en algunas escenas una buena ilustración de la incunable "Tragicomedia de Calixto y Melibea", alternando sensaciones de retazos medievales y frontispicios renacentistas, gracias a los cambios de colores y a la incidencia y dirección de las luces sobre los arcos de medio punto movibles que eran organizados de diferente forma según las escenas. Este aspecto de transición o interregno se imbrica perfectamente con el original, dado que se trata de una obra escrita en pleno reinado de los Reyes Católicos, a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento.
En cuanto al reparto, se pudieron apreciar tres partes claras en la obra, en función de qué actores se hallaban en escena: una primera con mucho movimiento actoral y de características corales, con muy buen ritmo, chascarrillos, rimas, comedia... donde los menos afortunados pasaban desapercibidos dentro del buen hacer grupal. Buena.
Una segunda en la que hacía su aparición Roberto Quintana que demostró clarisimamente lo que es un personaje andrógino, sin aspectos peyorativos, un personaje intemporal en el que no es necesario que un actor masculino trate de interpretar uno femenino o pretenda crear un archipámpano cargado de afectaciones que acaba por alabear, distorsionar, caricaturizar, desvirtuar y falsear la esencia del personaje. La Celestina no es mujer ni hombre, es la Celestina y ésta es Roberto Quintana. Sin artificios, socaliños ni fingimientos fuera de lugar. Fantástica.
Y finalmente una tercera, la trágica y dramática, en la que al perderse la presencia de Quintana y romperse la magia coral, el ritmo no solo decrece sino que conforme van muriendo personajes y las escenas recaen cada vez más y más en aquellos actores y actrices más desfavorecidos y desafortunados, artísticamente hablando, llega a hacerse realmente cansado y largo. Si se tratara de un película gran parte del público habría dicho que tenía un metraje excesivo. Un final en el que la parte más melindrosa y gazmoña corresponde primero a Calixto y Melibea, interpretados por actores monocordes que reproducen una escena de amor y dolor monótona y posteriormente un padre de Melibea que llora su pérdida a través de un monólogo uniforme y plano, carente de la más minima inflexión, modulación o expresividad. De regular a Mala.
Una lástima que el final se alargue tanto en estas circunstancias porque Zurro y Bocanegra y Quintana y otros actores y actrices desarrollan un buen trabajo que se ve un poco subestimado por ello, y se resiente dentro de la globalidad de la obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario