Puro Teatro; Existencialismo inmaculado.
1 y 2 de Abril
Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros.
La Zaranda. Teatro Inestable de Andalucía la Baja Autor: Eusebio Calonge.
Intérpretes: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez, Enrique Bustos.
Dirección y Espacio escénico: Paco de La Zaranda.
Asistir a una representación como Patria de los Espectros, es reencontrarse de lleno con el más Puro Teatro. Teatro con mayúsculas. Un espectáculo donde encuentras a raudales todos los elementos que conforman la arquitectura de la dramaturgia: un cronotopo donde espacio, tiempo y movimiento parecen notablemente ensamblados para conseguir ese tempo que hace que cuando se cierra el telón te quedes como diciendo: ¡¿ya!?, pero si acaba de empezar...
Nadie lo quiere creer recrea una historia que no por reconocible o posible deja de seducir al público porque tanto su autor o sea, su texto, su estructura, su historia y su conflicto, como la dirección (fantástica como siempre de Paco de la Zaranda), proceso y puesta en escena, encadenan a cualquiera a su butaca y logra una conexión con la acción que resulta impactante para el espectador.
Es curioso como imbuido el montaje de un tempo sereno pero constante, se mantiene un proceloso ritmo que en ocasiones raya lo vertiginoso y mantiene una cierta celeridad de acciones, cuando aparentemente la situación emana quietud. Pero la procesión va por dentro; no se dejen engañar. Gracias a la terna de personajes que se reparten todas las fatalidades y miserias del ser humano, interpretados magistralmente, cargados de gestos y tic difíciles de mantener toda una representación, podemos asistir a un desfile de seres anacrónicos, conturbados y pusilanimes. Pazguato, en el caso del sobrino con aspiraciones a heredar, con un ceceo que da continuidad a obras anteriores. La tía que, como un extraño pantocrátor, preside todo el esperpento, con un extraño fatalismo y enorme resiliencia (en sus dos afecciones). Una sirvienta interesada, propensa al pábulo y la comidilla, como muchas según el arquetipo, que se deja llevar y traer por las ocurrencias de la dueña de la casa, que a modo de cenobio sacralizado pretende mantener tal cual y que la fámula desposee y expolia progresivamente. Comparte intereses con el “supuesto heredero aparecido”. Cargados de ponzoña todos, se reconoce una cierta consunción con la situación que viven y que, por unas razones u otras, todos quieren que acabe. Incluso acudiendo a una suerte de alquimia entre sirvienta y sobrino que lleva a una bella escena final que nos evoca y devuelve de nuevo al inicio. Existencialismo inmaculado.
La solución de continuidad que se consigue con la iluminación y la escenografía y sus metamorfosis simples pero efectistas, es imaginativa en sus mixturas y redunda en esa sensación de que no está pasando nada mientras ocurre todo. Esto es achacable también al notable movimiento de los actores que se mecen por el escenario mientras mueven telas, simulan anaqueles o peanas, quitan y ponen ventilaores, con movimientos coreografiados y con una suavidad y lenidad muy de agradecer en estos tiempos de grandilocuencias escénicas. Mucho tiene que ver también en esto la música, magníficamente escogida por su cadencia rítmica y sonoridad, y porque ahonda en esos caracteres de parodia y caricatura de los personajes.
Gracias por otro espectáculo más de La Zaranda que, tras más de treinta años, continua regalándonos año sí y año también grandes montajes de puro teatro.
Muchas gracias por vuestra dedicación y tan amables palabras
ResponderEliminarun abrazo
La Zaranda