Celebrando una década Del Gato
Fotos: Rafael Galán y Jorge Dragón
Centro Cultural Provincial
11 de Abril
Dirección: Rafael Torán
La madre: Asun Ayllón
La hija: Irene Sánchez
El hijo: Juanma Fleta
El jardinero: Gilen Xabier
Asistimos el lunes al estreno del último de los montajes de Teatro del Gato que en este año cumple su décimo aniversario. A lo largo de esta década la compañía ha indagado en todo tipo de teatro y se ha sumergido en las diferentes y procelosas aguas de textos variopintos no rechazando, al parecer, casi ninguna arista de este mundo de la farándula: comedia, drama, tragedia. melodrama, terror, metateatro e incluso la lírica mozartiana. Así mismo los autores representados han sido de todas las trazas y estilos y los montajes y adaptaciones han corrido paralelos a esta heterogeneidad.
No es de extrañar por ello que, una vez más, Rafaél Torán haya apostado y ganado al elegir a un autor tan prolífico como en su día maldito: Miguel Romero Esteo. Malagueño de adopción aunque cordobés de origen, desde que estrenó en 1972 su “Paraphernalia de la olla podrida, la misericordia y la mucha consolación”, ha alternado periodos de ausencia del panorama cultural con multitud de premios y nombramientos, y ahora, tras mucho tiempo sin ser llevado a escena, nos es devuelto al público a través de su Manual de Bricolaje.
Esta obra es, como viene siendo habitual en las formas de Esteo, un texto retórico, denso, a pinceladas crítico, con detalles antisistema, irónico, a veces poético y sensible, y otras esperpéntico, absurdo, rayano el sarcasmo. Un ejemplo: el hijo de la familia es instado reiteradamente a escribir teatro como una forma de poder insuflar dinero en las hueras arcas familiares ¿?... Una familia abandonada por el padre (supuestamente pederasta) y con un cierto embrollo de incesto, endogamia , locura, autismo... que subvive casi, zascandileando cada cual por su parte, en una gruta en el sótano de su casa... Bueno, ya me entienden, una obra con mucho jugo y muchos subterfugios, bien aprovechada. Y con un pero: dio la impresión de que había terminado en, al menos, dos ocasiones; ya había público a punto de aplaudir, cuando volvía una nueva acción. Romero Esteo es un dramaturgo muy respetado y parece que nadie “osa” meterle la tijera y podar someramente cuando algunas ramas bravías de la creación se despendolan un poco y se empeñan en crecer cuando, estando un poco más pinzadas, dan más fruto. Parece algo iterativo en muchos creadores. Dan un final a su obra pero parecen no quedar contentos y hacen otro donde explican el primero y, luego, quieren aclarar el segundo... esto unido a la tendencia de escritores como Esteo a girar una y otra vez sobre las mismas frases, a jugar incansablemente con el lenguaje, hacen que montajes tan interesantes como este puedan hacerse un poquito largos. Quizá con un cuartito de hora menos ganaría mucho cara a ese público que ya daba por terminada la obra en más de una ocasión. A veces los autores deben dejar un poco de margen a la imaginación colectiva. Suele agradecerse mucho el que no te lo expliquen todo hasta el último detalle de lo que ocurre. Quizá sea el miedo a que no se entienda lo que se pretende. O a que el público no esté preparado para entenderlo a decir de estos autores.

El reflejo que propalan de la patética, al tiempo que absurda situación en la que subsisten los personajes, es muy representativa de lo que logran transmitir al público durante toda la representación. Una buena apuesta a caballo ganador con el resultado esperado: premio.
No la has podido describir mejor. Me sumo a todo lo que comentas. Pero tengo que decir que me ha gustado un montón y volveré a verla. Seguro que le saco más jugo la próxima vez.
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