Lo que pudo ser y no vino
Por Miguel Angel Barba
Teatro Cánovas
Sábado 23 de octubre
Una obra de Thomas Bernhard
Traducción de Miguel Sáenz
Dirección Josep Maria Mestres
Reparto: Àngels Bassas, Carmen Machi y Mingo Ràfols
He decidido titular esta crítica de este modo por dos motivos. Primero porque si asistes a una buena obra de teatro y dura ese tiempo, sales exclamando: Uff, que gran obra. Y hubiese sido genial que así fuera. Todos los ingredientes estaban sobre la mesa, solo era necesario mezclar lo cuantitativo con lo cualitativo.
La segunda. Si dura ese tiempo y una mayoría sale comentando: Uff no he entendido nada... Si en el descanso de la obra hay parte del público que se marcha exclamando: Uff que aburrida, qué lenta... No es justo acudir al viejo dilema de que falta nivel cultural. Es la salida fácil que aún algunos esgrimen. Creo que es más honrado interrogarse sobre las razones por las que no cuaja y, dado que habrá críticas muy positivas de esta obra (la mayoría), ya que tiene virtudes suficientes para ello, haré de abogado del diablo y me interrogaré sobre qué elementos no terminan de articular la relación concurrencia-obra.
Una espectacular escenografía se muestra ante los espectadores. De esas que son verdaderas obras de arte, en las que no falta nada, la construcción es ideal, el mobiliario... todo está perfectamente construido y medido; hasta la comida. Ese tipo de decorados que mueven al debate: es grandiosa, maravillosa... Versus, es excesiva, resta protagonismo a la acción… No seré yo el que entre en esa discusión; estoy de acuerdo con las dos posturas y no puedo decantarme por ninguna de ellas dado que, por la misma razón, difiero de ambas.
Hay asistentes que se aburren, lo que fue muy comentado en el entreacto. También había comentarios en el sentido contrario, por supuesto.
Angels Bassas, gran profesional, después de fumarse tres cigarrillos en el primer acto mostrando una interpretación átona, parece que comienza a despertar sonrisas con sus invectivas. Afortunadamente esos brotes de humor negro, ironías, críticas y contrasentidos rompen la monotonía de algunas escenas que, a decir de muchos, se las podrían haber ahorrado. És solo flor de un día.
En el segundo acto hace su aparición Mingo Ràfols. Tras unos primeros instantes en que tampoco se le oye muy bien, comienza a calentar motores y tras una progresión interpretativa que dice bastante de su nivel profesional, acaba por compugir al público tras una retahíla de burlas, sarcasmos y una mordacidad que produce como un despertar de los espectadores que parecen encontrar razones para conectar con la obra.
Todo gracias también a los arranques y movimientos constantes de Carmen Machí, que demuestra porqué es una de las primeras de la lista en la comedia española.
En el entreacto, lo dicho, gente que se marchó un poco aburrida y en la segunda parte más de los mismo.
En resumidas cuentas, de no ser, en lenguaje fílmico, por su excesivo metraje y su deficiente adaptación, sería un buen montaje. Huele a intento de gran producción que se sobrepasa a sí misma y con la misma sensación de siempre: hay buenos actores que, una vez que salen de Barcelona y Madrid, parece que bajan el pistón.
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