La banda del algodón
Estreno absoluto de la última obra de Sindrome Dario
El humor por el humor
Por José Antonio Triguero
Teatro Echegaray. Fecha: miércoles, 20 de octubre. Compañía: Síndrome Dario. Dirección: Ery Nizar. Reparto: Noelia Galdeano, Salva Reina, Ery Nízar, Verónica Salido. Músicos: Carlos Contreras, Pelín Ruiz, Fali Martínez.
La nueva obra de Síndrome Dario declara sus intenciones desde el mismo comienzo, un "kirikikí" de gallo proyectado en sombras que es, por sí solo, un cruce de referencias que van desde los "dibus" del lejano Oeste, los cuentos infantiles, los cómics o tebeos, hasta el country urbano o el punk rural de "The violent femmes". En definitiva, la fórmula del humor a toda costa, incluso por encima de la propia historia.
Recuerdan a Tono, mezclando un concepto metonímico de la escenografía, vallas de rancho, cactus y butaca de los 70, con una especie de dejadez intencionada que convierte la escena una especie de plató abandonado. Los ademanes de los actores, en plan dibujos animados, y la arena en el suelo para sugerir el desierto, la voz de Chuki, las pelucas de los negros, también de los 70, son elementos paródicos que apuntan universos muy distantes que se unen en la cabeza del espectador.
El cóctel está batido a ritmo televisivo y referencias cinematográficas; en realidad, es cine visto por la tele, no en vano así se vivió el Western en nuestro país en los tiempos del blanco y negro y más allá.
Globalmente, es una historieta sin fin como el cine xin con algo de "Zipi y Zape" y de novela negra, igual que se pueden encontrar pizcas de humor de Juanito Navarro o Cantinflas, pero también de Peter Sellers o Monty Phyton, del Chavo del 8 o de los hermanos Marx.
Ery Nizar interpreta papeles pequeños, como un Hitchcock de la comedia. Con voz impostada de serie B, define el tono delirante, absurdo y extrañamente popular de la obra. Encontramos en él y sus actores una actitud irreverente travestida de frikismo, confundiendo el mensaje y traicionando cualquier coherencia, disparando los resortes de una especie de dadaísmo iletrado, impulsivo y extravagante. Ery Nizar, además, es el voceador de la obra y una especie de domador venido a menos que azuza el espectáculo con sus breves interrupciones.
También hablan del poder de sugestión del teatro, como cuando los niños juegan con objetos, con muñequitos, con soldados, coches o indios y vaqueros. Los ochenta respiran en escenas como "Piratas de compra" y Bob Marley, convertido en ridículo oráculo, da la nota; hay tiempo incluso para invocar el tema recurrente de Arrayán y para hacer homenajes, como en la escena del Padrino. La lucha por una bandera que los unifique da lugar a uno de los mejores chistes, la verdad es que pareciera toda la obra un trufado de entremeses, de gags para comer palomitas.
Tienen algo de payasos, pero de augustos, sin payaso blanco. La obra es el resultado de 3 augustos abandonados por el payaso blanco.
A veces parecen títeres de peana del siglo XIX, títeres populares que servían para hablar de lugares remotos y mundos desconocidos, para hacer escarnio y burla de los buenos modales y de sí mismos, como cuando se ríen de los chistes malos. El ejemplo más claro de esto es la versión paródica de Freddy Mercury, presentado como un adefesio, cosa que se repetirá en otros momentos y con otros personajes, donde se apuntala la caracterización con técnicas titiritescas. Las voces también remiten al mundo del títere. El tío Tom recuerda por momentos a Rodríguez de la Fuente.
El disparate mayúsculo llega con la escena de la tendera que lee, sentada en su butaca de los 70, y el que entra a comprar. Se desenvuelven bien en esa zona, utilizando gotas del absurdo clásico, desde Ionesco al mismísimo Tono.
La estructura de esta parodia de la tienda es la misma que el famoso número de Pajares de "la magdalena" pero llevado al extremo. Tanto que se les escapa la risa, Noelia Galdeano se ríe, se ríen los músicos, se ríe Salva Reina, el público con ellos. Esta fábula es desternillante y se mueve en una ambigüedad que podría pensarse que es hasta ideológica, la ambigüedad de la propia sociedad en la que vivimos. Hasta tal punto que la disputa por un cubo de tierra desemboca en guerra.
Describen el universo deslavazado de cosas que hoy en día influyen en la vida de todo el mundo, nimiedades que nos condicionan en esta especie de caos mediático que nos gobierna. Son herederos de Jardiel Poncela, de Mihura y de los grandes humoristas de televisión. Hay un uso dinámico del lenguaje publicitario y del acervo popular, refranes, dichos y expresiones localistas. La riqueza de esta propuestas está a prueba de bombas.
Sindrome Dario en otras de sus creaciones
Al mismo tiempo el espectáculo debe continuar mejorando. Pienso que necesitan más implicación y preparación corporal porque si no corren el riesgo de dejar ese juego de niños del que hablaba antes, más en el texto y en los gestos de la cara y las manos que en ninguna otra parte. Los momentos de lucha deberían ser más físicos, serían más cómicos, igual que las coreografías o los giros que realizan.
Han de ganar en seguridad para limar algunas imprecisiones, propias de cualquier estreno que se precie. El playback de una canción de Raphael ralentiza el ritmo y es quizás lo más pobre de la pieza. Los acentos se difuminan, en ocasiones, en el fragor de la acción verbal. Tampoco hay que desdeñar un buen coreógrafo para los números bailados, ya que esto potenciaria la hilaridad y la comicidad que ya de por sí poseen.
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