¿Por qué es tan difícil hablar...?
Teatro Cánovas.
12 y13 de marzo.
de Tennessee Williams
Teatre Lliure y Centro Dramático Nacional.
Dirección y adaptación: Álex Rigola.
Reparto: Chantal Aimée, Muntsa Alcañiz, Andreu Benito, Joan Carreras, Ester Cort y Santi Ricart. Músico: Raffel Plana
Un teatro Cánovas lleno recibía la despedida de Álex Rigola como director del Teatro Lliure.
Para la ocasión ha elegido la puesta en escena de todo un clásico de Williams, en un formato cuanto menos curioso dado que reduce casi a su tercio frontal el escenario, conduciendo todas las acciones prácticamente al proscenio y parece querer fundir en una especie de metáfora los campos de algodón, incluyéndo una representación de estas plantas alfombrando todo el suelo del escenario, la habitación, con un árbol tras la cama. Nos presenta a un lado del mismo a un pianista que pone la banda sonora a las acciones y supone un soporte interesante para las mismas.
Esta reducción se entiende desde el momento en que uno se percata de que los actores y actrices prácticamente no se mueven de los espacios que ocupan y los movimientos son muy lentos, excepto algunos de Aimée, que retrata a una muy interesante Maggie. El trio secundario: madre, hermano y cuñada, parece casi ralentizado. El protagonista principal, Brick, un magnífico Joan Carreras, y su padre en la ficción, Andreu Benito fantástico en el papel de Big Daddy, permanecen largos lapsus de tiempo estáticos. A este último parece en diferentes fases como si le costara incluso hablar. Es como si Rigola hubiera pretendido reducir al máximo las emociones, de modo que con las que transmite el texto fuera suficiente. La inacción rebosa, displicencia, abulia, apatía y desidia. Es casi perezosa y rezuma incuria. Si todo esto es lo que pretendía transmitir: a fé mia que lo consigue.
Sobre la pared de la habitación, un enorme letrero de neón nos recuerda durante toda la obra lo difícil que nos resulta comunicarnos. Quizá una vez avanzada la función podía haberse ido apagando, pero como también servía de iluminación sobre el piano, bueno, quizá pensaron que no era necesario prescindir de ese añadido.
Y entre toda esta amalgama desfilan por el escenario la codicia, el desamor, los rencores, las deslealtades, y todo el universo enrevesado, tórrido y oscuro de Tennessee y de su época.
La atractiva escenografía que plantea Max Glaenzel ayuda a pintar y caracterizar la atmósfera de William, aunque en algunos momentos puede pensarse que sobran determinados elementos en momentos concretos del montaje. La música endulza o tiñe de añoranza diversos pasajes y encaja a la perfección en la puesta en escena pero hay un momento en que mientras está el músico tocando, Maggie dice a Brick: ¿ponemos música? Lo cual rompe un poco el momento, siembra inseguridad y reparte dudas entre el público.
Si bien estos detalles no empañan el espectáculo, si que evitan el que uno pueda elevar los loos a esta presentación del Teatro Lliure. Pero nos encontramos ante un buen espectáculo y el público disfruta de una apetecible obra de teatro. Aunque sin llegar a los niveles de montajes anteriores de la compañía.
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