jueves, 23 de diciembre de 2010

Annie B Sweet bajó de los cielos de Fuengirola


Por Antonio Víñas Márquez
Fotos: Javier Braojos


Jueves, 9 de diciembre de 2010
Cine Albéniz, Málaga Futura.

Casi dos años puede que haya transcurrido desde que la escuché por las ondas de Radio 3 hasta hoy, que la he visto subida a un escenario: el alfiler de su voz, su textura, por aquel entonces me erizó la memoria y también la funda aterciopelada del volante. Iba conduciendo.


Esto suele ocurrir cuando un corazón pone la directa hacia otro corazón, cava en el poso de la pureza y el instrumento es el alma. Pero dada la farsa a la que la industria musical nos tiene acostumbrados, había que comprobarlo en directo. Éste pone a cada cual en su sitio o en la calle mediocridad. Como mi inglés no es "perfecto", por mucho que lo hubiese repetido el locutor, me costó trabajo recordar su nombre, Annie B Sweet, para teclearlo en internet. Pero al final se manifestó como una aparición por los youtube's. A partir de ahí, le seguí la pista: era una novel fuengiroleña que, probablemente, de pequeña, veía el espejo del mediterráneo al asomarse a su ventana o a lomos de un burrito taxi de Mijas. Por allí vivía. Y en un colegio británico aprendió a hablar el idioma por el que conduce la mayoría de sus letras; cuestión, supongo, de darle gusto a su instinto, a su po(p)ética folk,cosa muy al uso en esa mezcolanza de la Costa del Sol a la que, dicho sea de paso, solo le quedan por urbanizar el astro que le da nombre.


Con más de cuarenta minutos de retraso dio comienzo el concierto de la B Sweet. No se disculpó. Después del concierto nadie se lo exigió tampoco. No hizo falta. Nos había colmado con su inocencia y con la marisma de su música. Estaba la cantautora indie un tanto nerviosa tras su primera canción que hizo en solitario. Le costó entrarse, era el último de sus conciertos en España ­-el más especial-, nos confió con su timidez anclada en su figura que, por esa noche, vestía de negro.

Pero poco a poco se fue tocando por dentro y desplegó una magistral hipnosis melódica sobre el auditorio, mediante una intimista colección de temas tensados desde su arco vocal: una miel acústica inundando los oídos, una caricia cristal llegando a nuestros poros. Entre canción y canción se nos aparecía una jovencita que, aunque se tape tras los trazos de una cándida ironía, sabe muy bien decir lo que siente al presentar sus piezas: también su verbo es curvo y sensual como sus canciones. Quizá la ironía sea una válvula para calmar su inseguridad. Pero bendita y directa inseguridad (o ironía) que siempre despierta la sonrisa de un público, al que ella trata como si fueran sus amigos de siempre.
En más de una hora desplegó un repertorio fundamentado en temas de su primer álbum: Star, Restart, Undo (Empezar, reiniciar, deshacer) producido por Brian Hunt y también algunos nuevos, incluyendo algunos en la lengua de Cervantes que no terminan de alcanzar la transmisión que tienen los que van en la de Shakespeare.

Pero todo a su tiempo. Con un sonido que solo en algún momento veló su voz más de lo debido con la orquestación, exhibió una sobria banda muy bien compuesta: percusión, teclado, bajo (en algún momento violonchelo), y todo el sentido de un barbas prodigioso que alterna la guitarra rítmica, con ese teclado llamado melódica y con otros de dócil origen electrónico. Un gran músico, serio, cuyo movimiento continuo compone una mística que se complementa perfectamente con el resto y que, por "primavera" vez a lo largo de la gira, le dirigió unas palabras de cariño y admiración (no sabemos si algo más). En ellas venía a expresar que los primeros en su club de fans eran ellos, sus músicos, a los pies de una armonía llamada Sweet belleza.


Ella, a su edad, veintidós añitos, se ruboriza cuando su padre (que estaba en el público), a las primeras de cambio, le llama ¡guapa!; y ya no deja ese tono rosáceo porque es consciente que lo que hace es hondo y alto (sabe que por sus cuerdas vocales le sube un vermut escalofrío que sirve en bandeja de plata), y eso su piel aún no lo resiste: va con ella un pudor inexorable en cada milímetro de gesto, un amor en cada nota que trae su voz a la luz. Y así, del Albéniz, salimos flotando, vivimos un sueño, o más bien, los que estábamos allí, los que aplaudimos sin rendirnos, éramos las piezas de un sueño, el de una chica de sobrenombre Anne B Sweet, que nos había reunido en una velada inolvidable: un finísimo maremoto armónico, felina saudade, de purísima concepción, que dará que hablar por los siglos de los años y amén.

Después de tu gira, bienvenida a casa Anita López. No dejes nunca de jugar con las muñecas y con la guitarra, de cantar en el sillón de detrás del coche o del avión, del carretera y manta que es ahora tu vida de acordes en el aire. Bienvenida con tu flecha en el corazón y en la garganta.

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