Crítica de teatro / José Antonio Triguero
Lugar: Teatro Cánovas, Viernes 19 de febrero de 2010
Obra: Su seguro servidor, Orson Welles.
Autor: Richard France.
Intérpretes: Josep Maria Pou y Jaume Ulled.
Escenografía: Ramon Simó.
Versión y dirección: Esteve Riambau.
Josep María Pou da fe en esta obra de su magisterio en las tablas y al mismo tiempo ofrece un rico paralelismo entre su vida y la de ese otro gran dinasurio del celuloide que conocemos por el nombre de Orson Welles. Y no sólo en el cine o en el teatro han dejado los dos sello de personalidad insobornable y de ejemplo de supervivencia. Quizás por ello, el entorno en el que se desenvuelve esta obra sea el estudio de grabación de una radio. Una ocupación la de doblador de plicas publicitarias, que podría pasar inadvertida pero que se convierte en la anécdota que sirve de base para éste monólogo donde se desgrana el ideario existencial de Welles y quién sabe si también del propio Pou.
Y digo monólogo porque en realidad lo es, pese a la labor de Jaume Ulled en el papel de técnico de sonido y única réplica que sirve al personaje central para hilvanar la estructura de toda la obra. No sé realmente hasta qué punto éste personaje hace falta para provocar la locuacidad de un Orson Welles de setenta años al que poco o nada le falta para comentar cosas de su vida pasada y sus penalidades como director a la hora de financiar sus películas.
Atiza contra los productores, contra los críticos, contra Rita Hayworth, contra Jhon Houston contra Hemingway, habla de los toros, de Churchill, de su Don Quijote todavía inconcluso, de las mujeres, de las coristas, de su frustración como mago, evoca al gran Houdini, explica cómo utilizaba todo tipo de apéndices falsos que utilizaba como narices puesto que su nariz no le gustaba, recuerda sus rodajes en España y muchas cosas más.
La cuestión entre tanto parlamento es cómo el actor te va llevando y trayendo y cómo te motiva para que intentes como espectador, reconstruir a Welles en tu mente. Y ahora, a mí me ocurre, soy incapaz de distinguir la figura de Josep María Pou de la del cineasta. Una especie de transfiguración histórica se produce en el escenario por obra y gracia del talento del actor catalán como si nos quisiera hacer llegar la idea de que Welles somos todos; en realidad, mucho más él con esa espléndida caracterización en sus movimientos y en su voz ronca y rotunda.
Pero no todo está a favor de las diatribas de Orson W. Y la dirección dota de doble sentido las críticas ácidas y los sarcasmos que Pou echa por la boca y que tanta hilaridad y humor provocan. Y aquí sí que estribe quizás la importancia del técnico de sonido en la pieza, porque el trato que recibe del personaje principal habla en contra de como éste mismo se ve. Lo mismo pasa cuando contesta al teléfono o cuando se niega a contestar. Con mucho acierto, el personaje no es plano y aunque nos pueda parecer simpático en sus maldades, se torna huraño y despreciativo cuando no está hablando frontalmente al espectador. Al ser jactancioso parece valiente, por ejemplo pero si hipócrita es más humano por sus miserias y al renegar de la vida aflora su soledad.
Perfecto ensamblaje dramatúrgico urdido con paciencia y sabiduría que dejó a todos una gran lección de teatro y también de vida.
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